UNA NUEVA VOZ DESDE EL ALMA

Hace unos días, el 22 de mayo he celebrado mi cumpleaños con el alma abierta, abrazos largos, miradas cómplices y carcajadas que me han recordado cuánto he vivido y cuánto he amado. Brindamos por lo recorrido y por lo que viene, bailamos y en ese goce compartido sentí una gratitud profunda. Estuve rodeada de mis personas favoritas, que han sabido acompañarme en mis luces y mis sombras, que han visto mis caídas y mis vuelos… y, siempre han elegido quedarse.

Ha sido una tarde de gozo, de piel viva, de conexión real. En la noche, algo más profundo se ha hecho presente: una sensación silenciosa, como un suspiro largo después de una verdad aceptada.

Como si algo dentro de mí hubiera dicho: sí, por fin estás aquí.

Quién me conoce bien sabe que para mí, el día de mi nacimiento es sagrado.

No es una fecha cualquiera: es el único momento del año en que el cielo se alinea exactamente igual que el día en que llegué a este mundo. Las estrellas, los planetas, el ritmo del cosmos… todo vuelve a ocupar el mismo lugar, como si el universo entero me recordara el propósito con el que encarné.

Como semilla estelar, he sentido —una y otra vez— que los días previos, el propio cumpleaños y los días posteriores abren un portal profundo.

Son días de sensibilidad, de memorias antiguas que despiertan, de señales que llegan con más claridad. Es un momento de trabajo interno para escuchar en silencio, para soltar lo que ya no vibra conmigo, y para renovar el pacto con mi alma. Es una especie de renacimiento, pero desde un lugar más consciente, más enraizado, más luminoso.

He cerrado un septenio.

Y al mirar hacia atrás, he sentido el cuerpo más sabio que nunca. Él ha sabido antes que mi mente que algo había cambiado. No he necesitado explicarlo con palabras. Lo he sentido. Ha sido una certeza silenciosa, instalada en el centro del pecho, como una voz nueva: más suave, más firme, más mía.

He visto con otros ojos los caminos recorridos.

He reconocido a todas esas versiones que fui dejando en el camino. Algunas las solté con amor. Otras, con dolor. Muchas me han costado horrores dejarlas ir. Pero hoy, ya no pesan, me sostienen. Me han mostrado quién soy sin máscaras, sin adornos, sin necesidad de encajar ni que me entiendan.

Durante muchos años, he creído que debía ser entendida para estar en paz. Que si me explicaba lo suficiente, si era amable, correcta, si me hacía pequeña o me callaba, que si no interrumpía aunque me faltaran el respeto… Entonces pertenecería.

Me he moldeado para no incomodar. He buscado ser validada, vista, aceptada. Pero esa búsqueda externa me ha dejado vacía. Y no ha sido hasta que he empezado a mirar hacia dentro, con honestidad y sin juicio, que he comenzado a recordar quién soy realmente.

Recordar mi esencia. Recordar que mi valor no está en los ojos de otros. Que no necesito demostrar nada para ser amada.

He aprendido a poner límites sagrados, dicho muchos “no” sin culpa y sostenido mi voz cuando ha temblado. He elegido dejar de empujar para, por fin, habitarme.

Y no, no ha sido perfecto. Ha sido confuso muchas veces. Oscuro. Incierto. Solitario. Pero ha sido real. Y por eso, ha sido sagrado.

Este nuevo ciclo me ha traído una claridad serena.

Ya no quiero correr detrás de nada. No quiero perseguir objetivos que no nacen de mi alma. No quiero forzar. He elegido habitarme, con todo lo que soy, incluso las partes que antes escondía.

Quiero vivir en mi cuerpo como tierra sagrada. He comprendido que cada caída ha sido una maestra. Que cada herida ha tenido su lugar. Que no he venido a este mundo a fingir impecabilidad, sino a recordar mi luz, incluso cuando todo parezca barro.

Y en ese recordar, he aprendido a traer el cielo a la tierra. No como una evasión. Sino como una consigna espiritual cotidiana: estar presente en una taza de café recién hecho, en una palabra sincera, en un abrazo que me sostiene sin pedir explicaciones.

He vuelto a mí. No como otras veces. He vuelto más cerca. Más honesta. Más libre. Esta voz que hoy me habita ya no se esconde. No tiene miedo al error. No necesita explicarse, ni espera explicaciones.

Es la voz de una mujer que ha caminado, que ha tropezado, que se ha levantado mil veces, y que ha entendido que el verdadero hogar no está fuera, sino dentro.

Y si tú, que estás leyendo, has sentido algo moverse por dentro, si estás soltando una vieja piel, si estás despidiéndote de una voz que ya no te representa. Quiero decirte algo desde lo más profundo de mi alma: confía.

No estás sola. Somos muchas transitando este umbral. Mujeres que hemos dejado de correr, de complacer, de fingir que no duele.

Mujeres que hemos recordado que no hay nada que demostrar. Que nuestro valor está en ser. Que la ternura, la lentitud, la honestidad… también son formas de revolución.

Hoy celebro el regalo de estar viva.

Gracias por estar aquí.
Por caminar conmigo.
Por leerme desde ese lugar íntimo donde nos reconocemos.

Seguimos andando. Con más consciencia, con más amor.
Con la certeza tranquila de que todo lo vivido ha tenido sentido.

Y tú también mereces eso.
Mereces volver.
Habitarte.
Sostenerte.
Y florecer, a tu ritmo, desde adentro.

¿Sientes que también estás cruzando un umbral?
Suscríbete a la newsletter y acompáñame en este camino de regreso a casa.

QUIERO SUSCRIBIRME

 

No prometo fórmulas mágicas, pero sí presencia, inspiración y verdad.

Con cariño 🧡

Helena

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Límite de tiempo excedido. Por favor complete el captcha otra vez más.